Capítulo 2: Con plata y oro
-Karina
Me recordé una vez más el no mirar a mi espalda, cada paso que daba, lo que
fuera que me estaba persiguiendo hacía que el suelo retumbara.
¿Lo mejor? Eso de pensar en situaciones críticas no era mi fuerte así que corría
sin ni siquiera pensar en mi destino ¿qué podía acabar en un callejón,
desmembrada, atrapada o descuartizada? Sí, era muy probable, pero oye, que yo
corrí.
Si tuviera que decir el principio de todo este lío sería este:
Estaba en mi cuarto, pensando en fabricar una mascota que no tuviera que
cuidar, alimentar o vigilar (sí, cualquier bicho vivo moría en mis manos)
mientras jugueteaba con una tuerca que me había dado mi padre al nacer (o eso
me había contado mi madre antes de volverse loca).
La puerta se abrió de golpe y apareció mi madre, con su típico ceño
fruncido.
Llevaba el mono de trabajo, unas ojeras bien marcadas y el pelo lleno de
aceite lo que me daba a entender que había estado trabajando hasta tarde (como
siempre).
-Te vas-Soltó, así sin más.
-¿Qué?-Obviamente, tenía que ser broma.
-Que te vas, ahora, haz tu maleta.
-Espera, espera ¿pero qué me estás contando? -Ahora estaba de pie, imitando
su ceño fruncido.
-Hay un internado, es muy bonito, te irás allí y me dejarás en paz, estoy
harta de que me robes MIS herramientas, estorbes en MI taller y no seas más que
una molestia para todo.
-Oh, pues vaya, ¿nada más? -Le lancé una sonrisa torcida.
-Nada más -Permaneció impasible.
A pesar de lo mucho que la molestara eso no podía ser todo. Miré su rostro
intentando recordar. Una idea fugaz recorrió mi mente y los engranajes de mi
cabeza empezaron a funcionar.
-Solo déjame comprobar una cosa… -Debajo de mi almohada tenía una caja de
cerillas, en un impulso, encendí una.
Como esperaba, su indiferencia pasó a ser un completo pánico. -Mamá, ¿te
asusta el fuego?-
No era eso, hace tres días usé uno de sus talleres (en total tiene cinco)
para un trabajo.
Mi madre entró sin avisar con su típico ceño fruncido, miró mis manos y
gritó.
Era uno de esos gritos de auténtico terror.
Miré mis manos.
Mi trabajo estaba ardiendo, las piezas superpuestas entre sí con el máximo
cuidado posible ahora se estaban quemando.
¿Lo mejor? Mis manos estaban sujetando la pieza, pero no quemaba, no sentía
un dolor atroz, era como sostener una taza de chocolate caliente, casi
resultaba reconfortante.
Inmediatamente aparté las manos, estaban intactas.
Apagamos el fuego y no volvimos a hablar de ello.
Ahora ella simplemente miraba con terror la cerilla hasta que la apagué.
Ese “horrible” internado estaba a 10 horas en tren, 10 horas de bocetos,
ahora que no tenía a mi madre “el-trabajo-es-más-importante-que-mi-hija”
realmente quería una mascota.
Miré un momento por la ventana, estábamos pasando cerca de un bosque, me
pareció ver dos figuras negras, se lo atribuí a que no había dormido en dos
días, estaba muerta de sueño.
No me percaté de que me había dormido hasta que una chica rubia me despertó
con unos golpecitos en el hombro.
-Eh...vi...vi el folleto del internado y...y pensé que irías así
que...ya...ya hemos llegado.-No me miró a los ojos en ningún momento ¿que tenía
de interesante el suelo? su voz era aguda, casi inaudible.
-Gracias, soy Karina -Le sonreí extendiendo mi mano.
La miró por un momento, tenía restos de aceite y tenían cortes y algunas
cicatrices debido a experimentos fallidos.-Lo siento, se me olvidaba.-Retiré mi
mano para limpiármela en los vaqueros.
-No-Sujetó mi mano sonriendo- Está bien, soy Emily.
Decir que era mi mejor amiga quizá fuera algo precipitado pero, en la semana
que pasamos juntas realmente conectábamos.
El internado, a pesar de todo, era encantador, jardines, aulas que olían a
limón, comedor con comida basura...era perfecto.
Lo mejor era que había encontrado por casualidad un taller debajo de los
vestidores (no es que me hubiera perdido ni nada).
En esos 7 días ya tenía decidido el diseño de su “mascota” y lo había
comenzado.
Era un hombrecillo mecánico en miniatura, con alas. Un pequeño hombre-hada
de cobre y oro (los materiales que había en ese taller eran sorprendentes)
Quería añadirle unos pequeños detalles, hacer más afiladas las alas,
decorarlo un poco…
Ese preciso lunes quería enseñárselo a Emily así que se lo llevó al cuarto.
La habitación estaba cerrada, llamé tres veces.
Al otro lado sonó la voz de mi amiga.
-¿Karina? -Algo cosquilleó en mis dedos.
-Eh...si… ¿me puedes abrir?-
-Claro, pasa-La puerta se abrió, no había nada.
Bueno, si un tipo de más de dos metros y lo que me pareció un solo ojo
fuera nada.
¿Qué fue lo que hice? Lo más inteligente que haría una persona normal es
estos casos.
-Emily ¿eres tú? ¿No decías que estabas a dieta?- Si, luego me di cuenta de
mi propia estupidez.
-¿Eres tonta? Bueno, así mejor, los semidioses tontos son más fáciles de
capturar- Me sonrió, lo que daba algo de cosilla cuando los tienes
completamente podridos.-Seguro que matarte va a ser muy divertido.-
Vale, admito que no había reaccionado hasta “matarte”, pero luego corrí
como alma que lleva el diablo.
Y aquí estábamos, corriendo todavía, por un momento oí un perro ladrar
acompañado de una chica morena, pero estaba más ocupada pensando en cómo no ser
aplastada por ese monstruo.
¿Y qué pasó? Lo que tenía que pasar, un callejón sin salida.
Mentalmente maldije a mi madre por mandarme aquí, y a mi padre, por no haberse
preocupado en absoluto por mí, y a mí misma, por no haberle lanzado un martillo
en la cara…
Tenía que pensar, pensar, pensar...oía los engranajes de mi cabeza
funcionar, mi “mascota” casi parecía arder. El bichejo me atrapó.
-Vaya...como odio cuando intentáis escapar… ¿no podéis estaros quietos
nunca?
Las piezas encajaron.
-Lo sé, yo sólo quería añadirle un toque más dramático ¿sabes? así no es
tan aburrido, que los dos sabemos qué me vas a matar, pero un poco de acción
nunca viene mal.
-¿Acción?-El bicho parecía seriamente confundido.
-Sí, pero mira, ya que quieres ser aburrido pues nada, yo que te quería dar
un regalo para hacerlo todo mejor…
-¡Quiero ese regalo! ¿Qué es?-
Maldición, no había pensado en eso...en mi muñeca cuatro gomas de pelo (no
me gusta tener el pelo en la cara al trabajar) me dieron una idea.
Me quité la goma roja.
-¿Ves? ¿A que es bonita? Es mágica, te hace todavía más poderoso y
atractivo, ahora yo soy más fea y débil ¿verdad?-Suplicaba a todo lo que
existiera que se lo tragara.
-¡Dámelo! ¡Lo necesito más que cualquier otro estúpido semidiós!-Extendí la
goma hacia él y disimuladamente cogí mi destornillador de la suerte (el único
regalo de mi madre, que padres más amorosos tengo), era rojo y con estrellas
doradas.
El monstruo cogió la goma y la miró como si de un tesoro se tratase, apunté
a su único ojo y lancé el destornillador.
-¿Qué le has hecho a Emily?-Sé que no es lo más inteligente ¿vale? pero yo
no soy muy inteligente así que me queda perdonado.
-Está muerta, era inútil...tan débil…-Me encontré calmada, controlando mi
respiración, tenía que lanzarle algo más pero ¿el qué?
Tenía a mi mascota pero no quería abandonarlo, le había cogido cariño al
pequeño, las alas aún no estaban afiladas y era imperfecto...pero algo me dijo
que lo lanzase.
Y eso hice.
En el vuelo se convirtió en una espada de bronce y oro que se clavó justo
en su pecho.
-¡Bravo, Goldver!-Le había dado un nombre, completamente inventado, por
supuesto.
Era una mezcla de oro y plata, Gold and silver, en mi cabeza tenía
sentido...necesito amigos ¡ah, espera, que la única que tenía la ha matado este
bicho!
Goldver volvió a su adorable forma del tamaño de un dedo meñique hasta mí
¡volando!
Me acabo de enamorar de este chico.
De la nada, una chica morena y alta (bueno, yo soy bastante baja pero aun
así esa era alta) sujetando un mechero.
Un perro la acompaña, los dos, en conjunto, intimidaban un poquito. Y esta
vez a ellos no los podía engañar, me era imposible escapar y no sabía si
Goldver iba a poder transformarse otra vez.
Oh-Oh
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